No podía dormir, no paraba de dar vueltas entre las mantas. Llegaron las cuatro de la mañana.
Aquellos extraterrestres que me sacaron de la cama tenían ocho ojos en cada lado de la cara.
Su piel era de un color azul fosforescente. Brillaba en la oscuridad como la luz del cartel de un afterhour.
Me llevaron cargado como un saco de patatas hasta su nave y me sentaron en un sillón de pieles de animales que yo juraría que no existen, al menos en nuestro planeta.
Me pidieron que dibujara mi mundo, y te dibujé a ti.
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