domingo, 24 de noviembre de 2013

La foto

Igual que se aplica frío y agua a una herida para desinfectarla, para que no se hinche y duela, así la nieve y el frío curan el corazón. El aire despega las costras de la piel. Las cosas más sencillas te llenan los ojos de lágrimas de ternura, porque todo a tu alrededor es sano, es limpio, está cargado de paz, y de vida.
Pregunté por la historia de estos dos cachorros en cuanto vi la foto. Les veo sonreír, y su amor es más puro que el de cualquier ser humano. Tal vez tras esa foto les separaron, tal vez nunca volvieron a encontrarse, pero ese instante quedó grabado para siempre ahí. Y tal vez ellos no lo recuerden, pero lo vivieron como si lo fueran a recordar eternamente.
Me contaron que eran hermanos, dos machos cuyos nombres no recuerdo. Entrenados para tirar del trineo. Su familia no los separaría jamás, sería un gran pecado. Seguramente se pasan la vida juntando especímenes para crear la raza perfecta, pensé. Es muy típico de los humanos.
Me quedé con la foto, porque ablandaba mi corazón de piedra hasta hacerlo agua.



miércoles, 20 de noviembre de 2013

La última frontera

Todo este tiempo me he estado arrastrando, corriendo tras sueños que a mi llegada resultaban espejismos. Y ahora por fin el miedo no puede a mi corazón. Vuela mi mente hasta aquel lugar, y entiendo que solo allí está mi futuro, mi destino, mi felicidad, que esa es mi Casa.
Porque mi sangre es la misma que la de ese árbol, no que la de los humanos, porque no nací sabiendo jugar a matar y destruir.
Todos los bosques en los que estoy perdida existen. Y mi destino es llegar hasta ellos. No voy a huir, voy a encontrarme.
Porque mi alma ya está allí. En la Última Frontera.


Requiem

Mi estrella necesitaba aire artificial para respirar
y yo humo en mis pulmones para soportar verla así.
Ni una arruga osó acercarse a su joven cara vieja.
Sus plantas crecen donde antes estaba ella.
La aurora de los pétalos no es aurora,
son lágrimas de quien la sabe lejos porque la ha oído marchar.
La polvorienta soledad se cierne en un mausoleo,
llena de recuerdos y disgustos, de voces  y de canciones
de siete infancias despiertas. 
Siete hijos como siete astros deja tras de sí mi abuela.
Once nietos nacidos y de camino que no podrán conocerla.
Mi dolor, el dolor la lleva.
Podría decir que la encierro en mi corazón,
pero sería como cortar las alas de un ángel,
a un ángel que ya vuela más allá de la Tierra.
Más bien la dejo a usted abierta.
Mi dolor, el dolor se calla, se guarda.
No hay disgustos donde va, ellos se quedan.
Mi corta edad daría porque volviera.
No hay grito desgarrador que surque el viento
más fuerte que el silencio de sus labios
más triste que la oscuridad de sus ojos
más alto que su voz susurrando a mi lado...
quedándose dolorida de la quietud que la ata, y que la aprieta.
No hay inteligencia en las palabras
que puedan transmitir la suya, abuela. 
Mi dolor, el dolor de perderla.
Y encontrar las praderas y las huertas bajo un sol que no calienta.
Los caminos y regatos mustios si no siento su presencia.
Un nuevo ambiente, una nueva era,
todo nuevo ante una nueva experiencia.
Si una hermandad no se halla,
pídele a Dios, ahora que estás tan cerca,
que sigan juntos y no se separen, abuela.
Mi dolor, el dolor de quien la busca.
El dolor de la noche cenicienta,
de la amarga pobreza, del interminable plato,
de las órdenes molestas que se pierden en su suelo,
por donde usted pisó, ya crece hierva.
Mi dolor, el dolor de quien la siente.
Huye, porque huye, no hay tiempo ni hora,
no hay más luz ni más limpio cristal
que su cara ante mi cara, que su beso de ternura
no hay mas olor ni fragancia 
que su perfume de abuela.
Mi dolor, el dolor llora, lamenta.
Siento negro, blanco, azul, el cielo.
Te arrancan de mi las olas del mar más grande,
guíame de nuevo si me pierdo en el camino, estrella,
guíame si no me encuentro, guíame su no te siento cerca.
Porque ahora eres eterna.
Mi dolor, el dolor no se apaga. 
Se ausencia.
Aguarda su regreso la llama de la tristeza.
Se cuida mi recuerdo de olvidarla,
y se cuida mi conciencia.
Mi dolor, el dolor se queja.
Incontenibles ríos se atragantan a sus puertas.
Y te arrastrarán con ellos cristalinas aguas
llenas, cargadas de pureza.
No habrá más dolor donde usted va,
el dolor, mi dolor, se queda.



El ruido

Mi estrella necesita aire artificial para respirar. Yo me alimentaba de humo para soportar verla así. Entre la cortina de escarcha de mi iris veía su deterioro, ¿recordaría su luz al perderla? El ruido me hacía entender que estaba viva, que estoy viva, que seguimos soñando, aunque sangraran mi paciencia y mis oídos. Llegará el día en que, entre el silencio, extrañaré el ruido.

El subconsciente hace que escuche en mi cabeza gritos desgarradores, llantos escandalosos de una criatura que se muere. Conciencia mía, amada enemiga. Escucho latido que se acaban. Y una familia que llora y no puede mirar.Que abandona la escena y la deja perderse en la oscuridad. Y la estrella que llega, sonríe con infinita ternura, la agarra y le devuelve la vida cucharada a cucharada. Ella, siempre ella, mi estrella.

Y el oxígeno vuelve a llenar mis pulmones y me despierta. Y esta vez el ruido es muy diferente. Una constante que nunca para, que crespa e irrita los sentidos y que sale de sale de sus labios. Y una familia que llora y no puede mirar. Que abandona la escena y la deja perderse en la oscuridad.
Y una criatura a su lado que permanece en silencio, y con escarcha la cuida y la baña, la alimenta, la vela, la escucha y la calle. ¡Y qué duro ver como mi estrella se apaga! Cada latido menos voy descomiendo cucharada a cucharada. Mi estrella necesita aire artificial para respirar. Yo trago cada silencio que en mi mente se convierte en su ruido. "Que no se acabe, que no termine, volvamos a empezar" ruego. "¿Ni siquiera el astro más brillante puede ser inmortal?"

Yo seré la huella de su luz cuando no esté, el eco de su ruido. Cada sonido suyo sera mío. Ahora que es ella quien está descomiendo latidos. Yo estaré aquí contigo. Atada, agarrada, con su tierna sonrisa grabada en la frente. Guías cada paso de mi alma. Eres cada día de mañana.

Si el ruido cesa... te llevarás contigo el chillido, el grito, el llanto, el sonido, mi voz. Se cascará en mi garganta, desgarrará cielo, ensordecerá oídos, atravesará cataratas, sentirá el dolor, hondeará cual bandera, cruzará la tierra, destripará emociones, ahogará voces, morirá y volverá: porque serás la brisa que mueve mi pelo para acariciarme. Y, en el silencio, en la nada, cuando la criatura se ha quedado callada, volvemos a alimentarnos cucharada a cucharada. Mi estrella necesita aire artificial para respirar. Yo me alimentaba de bocanadas de humo para soportar verla así.

Y el ruido para.

martes, 19 de noviembre de 2013

La pugna

Arranó la espada y dejó que el cadáver cayera con un golpe seco al suelo. Escuchó una cantarina risa tras ella, risa que conocía muy bien. Se giró despacio, agotada.
- ¿Ahora tú?
- Parece como si no te alegraras de verme. No podías retenerme para siempre. Sabías que pasaría si lo lograbas.- Señaló con la cabeza el cadáver.- ¿Luchamos o me dejas pasar sin más?
Apretó el puño de la espada casi hasta hacerse daño, luego la lanzó lejos de sí.
- Solo de momento, Locura, solo de momento.
- ¿Me quieres controlar?- rió ella- Inténtalo si puedes.


Le dio la espalda para irse.
- Buena chica- dijo Locura.
Volvió a girarse y se lanzó contra Locura con todas sus fuerzas, saltando por encima del cadáver. Ella la esperaba con una enorme sonrisa dibujada en la cara.
Rodaron por el suelo. Ambas intentaron alcanzar la espada.
Los ojos de Locura brillaron emocionados cuando una voz empezó a resonar en la cabeza.
- No...
- ¡Si!- chilló emocionada Locura.
Enredó sus piernas en la cintura de la otra, tumbándola debajo de sí. Cogió la espada y apuntó directamente a su corazón.
- Te diré lo que va a pasar ahora, querida: te arrancaré el corazón para que dejes de sufrir tanto, porque me conmueves. Y te encadenaré en mis grilletes, donde te quedarás para siempre. La cabeza ES MÍA.
Razón miró por última vez a la alocada muchacha, cerró los ojos y se rindió.

Ultrasonidos

En el silencio de la selva suenan los ultrasonidos.
Enigmáticos ojos escuchan e interpretan contenidos.
Bosteza la bipedina lengua entre sus cuatro colmillos,
alimentados de sangre y de órganos descosidos.
Se desenrosca, perezosa,  y canta mientras se arrastra afuera de su escondrijo.
Desde algún lugar, muy cerca, vuelven a pedir auxilio.
Agita el morro nerviosa, contonea la cabeza, le pega un golpe a su cola y sale de la maleza.
Todavía el sol la observa, no gusta de saludarle, y se mueve sigilosa fijándose en los detalles.
Ya sombría y solitaria, corre sin importar nada.
La nada que tiene un precio desde que fue rescatada.
Que no le importa estar sola y pudrirse en la montaña pero si la necesitan la encontraran preparada.
No duda, actúa, y es fiel eternamente, bailando para la flauta y siendo condescendiente.
En el silencio de la selva suenan los ultrasonidos.
"Hasta que cambie de piel" piensa al ir a dar ayuda "y los mate en un descuido".
La naturaleza, amigo, no podemos esquivarla, nos movemos por instinto.

Ave fénix

Mi fénix vuelve, de sus cenizas resurge pero no más fuerte.
Solo nace de nuevo porque es su naturaleza,
y es si cabe cada vez más deprimente. Mi fénix vuelve.
Con su estela de fuego corta el aire,
y es lo más hermoso que hay, pero le es indiferente.
Lo mismo le dan las guerras que las hambrunas,
su triste canto se extiende por las llanuras. Nadie le entiende.
Mi fénix quiere morir,  y no puede.
Tiene las plumas mojadas y cala las nubes.
Bate las ala mueve las garras y no atrapa el viento.
Mi fénix piensa en llorar y ya no sabe.
Su maldición es, siendo sabio, tener que parecer bobo,
siendo como es, tan humano, no poder morir del todo.
Pobre fénix. Has visto caer a todos, y te levantas,
y a los que quedamos o bien nos curas
o nos cantas mientras nos marchamos.


La muralla

Me robé todo lo que sabía querer. Aplasté todas las flores de los sueños.
Quemó hasta la última gota de promesas ¿se ha ido?
Miré atrás con cada paso mientras me alejaba. Lloré porque volviera hasta mojar los huesos.
Grabado en mi mente quedó cada instante ¿se ha ido?
No he temblado con la séptima tormenta. Cada trueno un grito en alma abandonada.
Cada rayo una cicatriz abierta, mal curada ¿se ha ido?
A la salida del sol el muro se levantaba. Ni Berlín ni China concibieron tal muralla.
Se alza del abismo la indestructible troyana.
No entra aire, luz, ni agua. Ni voces, ni sentimientos. En trono de cristal, entre humo y ron, estoy sentada.
Día a día, cada vez más fría, cada piedra se hace hielo, y el hielo crece zarza.
Dice quien se acerca que oye latir la muralla.
Ni princesa, ni bruja, ni pirata. Monstruo encerrado, perdido en el laberinto,
con azules, con cristales, con escamas ¿Cuando se ha ido?
Quedé sin puerta encerrada. De la muerte nadie vuelve, y donde estoy no hay entrada.
Nadie conoce el Imperio de la nada. Mi mente, mi trono de piedra blanca.
Mis ojos, miedo y terror, ven arañas. No se ha ido, nunca estuvo.
"No hay bienvenidos, ni invasores, no se escapa" anuncia mi frente. Y se fue lejos. Adiós, esperanza.



lunes, 18 de noviembre de 2013

Si te olvidas de respirar

Cuando sintió que el aire no le llegaba a los pulmones, intentó respirar. Pero se ahogaba. Volvió a intentarlo más profundamente, y un ruido ronco surgió de su garganta, pero el aire no llegaba.
Se llevó las manos al cuello mientras sentía como se le aceleraba el pulso y el corazón intentaba salir atravesando su pecho.
Boqueó, sintiendo como los ojos se le salían de las órbitas, como el pelo le tapaba la cara mientras caía de rodillas al suelo, contra la dura piedra de mármol. Todo a su alrededor empezó a desdibujarse hasta desaparecer, empañado por las lágrimas que le cubrían los ojos.
Gimoteó, alterada, abriendo la boca alterada en busca de aliento.
Cayó al suelo, de lado, y empezó a oír voces lejanas. Sentía como alguien la agarraba, o tal vez lo soñaba. Oscuridad. Frío. Todo se volvió tinieblas de repente.
Tembló durante breves segundo, chasqueando los dientes, sin soltarse el cuello, y luego dejó de temblar. De moverse.
Los latidos de su corazón volvieron a su ritmo normal, y siguieron más pausadamente. Y en descenso.
Las manos se aflojaron en torno a su cuello. Ya no había fuerza que las mantuviera.
Había perdido el sentido. El pulso se hizo cada más lento, más lento, más lento...y se apagó. El pelo todavía le cubría la cara cuando la encontraron.


A no ser

Moriré de cáncer de pulmón,
a no ser que la cancerígena tinta con la que me escribo por toda la piel acabe antes conmigo,
a no ser que mi torpeza me haga resbalar un día en un acantilado,
a no ser que mi parkinson me haga cortarme sin querer las venas,
a no ser que por no masticar me ahogue,
a no ser que el alzheimer me haga olvidarme de respirar,
a no ser que un buen día los cables de mi mente se crucen y me lance al vacío,
a no ser que un día mi corazón ya no aguante más,
a no ser que antes de nada me envenene a mi misma al morderme la lengua.





No creyeron que pudiera hacerlo.
No creyeron que pudiera convertirme en agua.
No creyeron que pudiera luego volverme de piedra.
No creyeron que pudiera seguir existiendo.
No creyeron que pudiera perderme en el cielo.
No creyeron que pudiera cambiarme de cuerpo.
No pensaron que pudiera hacerlo. Y lo hice.

No pensaron que pudiera aprender a volar.
No pensaron que pudiera mirar hacia atrás.
No pensaron que pudiera compartir mi pan.
No pensaron que pudiera conseguir hablar.
No pensaron que pudiera no sentir rencor.
No recordaron que pudiera hacerlo. Y lo hice.

No recordaron que pudiera decidir no herirles.
No recordaron que pudiera seguir siendo una persona triste.
No recordaron que pudiera no olvidar.
No recordaron que pudiera no molestarme en tachar.
No recordaron que pudiera ser feliz así. 

Ni me creyeron, 
ni pensaron en mi,
ni me recordaron.
Pero estuve ahí.




La escalera

Quiero que seas lo que eres: 
escalera. No pasos a ninguna parte.
Quiero que mis pies pisen piedra,
y no resbalen en agua o enredaderas.
Caminando sobre fango
aprendo a huir de la tierra.
Comprendo que en suelo plano
solo se come la arena.
Quiero que seas lo que eres: 
escalera. Y no saber dónde llegas. 
Cansarme de subir sin parar,
pero sin hacer carrera.
No necesito empujones,
reposamanos ni cuerda.
Solo quiero seguir subiendo hasta el fin,
no de ti, de mi existencia.
Cuando me sienta cansada
y esté llegando a la meta;
a mi sonrisa agobiada
dale aliento, un último impulso,
 no más tormento.
Escalera, eres Amor y eres Vida,
porque tarde lo que tarde
siempre acabas, te terminas.


Mirada

Sea mi mirada una mujer apedreada.
Naufragio, rocas, sal, veneno.
Mi mirada la tuya cuando refleja odio.
Mi mirada, mirada de nadie, y de todos.
Miraré al sol de frente y que me queme. Y arda.
Después la lluvia ciegue e inunde mis cuencas, y no llore.
Tiren mis pupilas a lo alto, más alto, más lejos.
Piérdanse y que se pierdan ellos.
Para siempre observe solo el cielo.
Si no te veo, te diré de noche: todo saldrá bien,
y será cierto.
Te diré que nadie te hará daño a los ojos,
y no tendré miedo.
No me dolerá que tú me engañes.
No te engañaré, si no te veo.



Al amor

Te puse en bandeja
con fiel reverencia
lo que más amaba,
y me das cenizas,
me devuelves nada.




Pajarito

Cierra el pico, pajarito.
Ni suspires, o nos descubren.
Si vas a escapar del nido no llores, huye.
Veo tus brillantes ojos muy afectados,
ardiendo en llamas, desconsolados.
Tus alas abiertas, mojadas en llanto.
Tus garras temblando en la rama de cualquier árbol.
Cierra el pico, pajarito.
Ni suspires, o nos descubren.
Si cantas tu canción triste, la noche bulle.
¿Miedo a la altura, pajarito?¿miedo al pecado? 
¿al viento, la lluvia, la noche o la locura?
¿miedo a quedarte atrapado?
¿O simplemente terror a caer en unas manos?
Cierra el pico, pajarito,
o nos descubren,
y nos hemos escondido porque no huyes.
¿Qué sueñas, qué quieres, mi pajarito?
Quédate quieto, muy quieto, y cierra el pico.



Marioneta

Palabras sin valor, significante sin significado, alimento sin sabor. 
Sentimientos no usados, encharcados en lejía, comidos por la polilla,
enterrados en arenas movedizas.
Cada gesto manejado y dominado
sin coherencia en mi campo de visión..
¡Quietos los cuerpos que se rozaron! Mucho mejor...
Todo falso, mentira, pega, hipocresía, vanidad, irreflexión.
Muñecos de cera que se prenden,
de porcelana que se miran,
de plástico que se muerden,
estiran los labios y se tiran porque no hay amor.
Poema sin sentido. Dos leídas: la tuya, la mía.
Pero solo escribo yo.

La máxima de la buena suerte

Echar sal para dejar de florecer,
sacarle la lengua a la vida si se le ocurre sonreírte,
despreciar todos los sabores y colores que se te crucen al paso,
malgastar todo tu tiempo y enorgullecerte de ello,
tachar los días que pasan y acusarlos de ineptos,
romper cosas sin que rompan el silencio.
Sacar el agua de los charcos a patadas,
mirar a los ojos y mentir sin pudor,
decir cosas bonitas para estropearlas,
dejar las frases sin significado,
escupir en vez de besar,
hacer que tu recuerdo muera antes que tú,
pisar mal a posta para tropezarte,
y pedir de regalo un cardo a los Reyes Magos.




Cuentos tristes para días desesperados


- ¿Por qué lloras, boba?
- No lloro. Nunca lloro.
- Tienes los ojos empañados en lágrimas.
- No. Es sangre.
- ¿Sangre sin color?
- No me gusta el rojo. Odio que se me vea sufrir.
- Ya, claro... no llores.
- No lloro. A mi no me afecta nada.
- ¿Qué te ha pasado? ¿se te ha muerto un ser querido?
- No. Yo no tengo de eso.
- ¿Entonces por qué lloras?
- ¡Qué no lloro!
- Vale. ¿Por qué sangras?
- Porque me he vuelto a hacer sangre. Soy torpe. Muy torpe.


Memoria

Tenía ganas de dejarse caer al abismo de todos los vacíos,
tenía que impedir que el rocío de su piel fueran lágrimas de rabia,
ella no era una planta que bebiera dócilmente de aquel sentimiento,
y veía los hilos que la movían  rasgarle a cada paso el corazón. 
Se sentía tan estúpida que lo único que decía eran incoherencias
porque en su mente estaba continuamente pensando en la forma más indolora de morir.



Despedida marinera

Recuérdame donde vayas que yo tengo que olvidar.
Memoriza cada beso cuando tengas que marchar.
El barco me está esperando y al timón el capitán
no me pidas que me quede si es hora de abandonar.
Mi nostalgia entre las olas es solo debilidad
y no puedo arrepentirme, no puedo hacerlo ya más.
No me quitarás el sueño, pues solo sueño contigo
si te sirve de consuelo no dejaré de sentirlo.
Pero es hora de marchar, 
que ya está llegando el día
y me está llamando el mar.
Mis noches serán las tuyas, nadie me verá llorar,
no dejaré de sentirte pero debo partir ya.
Dile a la melancolía que no me espere en el faro
que me busque por las aguas entre los desamparados.
Tengo que seguir viviendo, por algo habré de luchar,
si te sirve de consuelo: no digas nunca, jamás.



Oniria

Camino en una nube de insomnio
 sin sueños.
Es el culmen del dolor
 más indoloro.
Mi sangre 
es agua hirviendo.
Extraída en jeringuilla
 saldrá transparente, 
sabor a lágrima.
Mis ojos se derriten en ojeras 
color verdoso,
y mi piel enferma supura ocre 
en todos sus tonos.
Por fin estoy empezando 
a evaporarme. 
Me respirarás, y algún día 
podrás sangrarme.





martes, 12 de noviembre de 2013

Último aliento

Vas a odiarme, lo sé, y cuanto antes mejor, pues te prometí volver y me debo desdecir
con dolor, desde el dolor.
Si muero hoy,  o mañana, sé feliz como hasta ahora, pues yo estoy a tu lado sin estar contigo,
 e igual te querré muerto como estando vivo.
No, no estés triste ni me llores, no te arrepientas de nada,
pues conservar yo mi vida cuando es más tuya que mía solo depende ti,
 y no de nuestro enemigo. 
No creas con esta despedida que a ti es a quien despido, me despido de la angustia del destino,
me despido del recuerdo, a ti todo te lo entrego: mi alma, mi cariño, mi aliento mientras respiro.
Jamás estarás sola si me necesitas, a mi el necesitarte me mantiene vivo,
y las lágrimas y sangre con las que te escribo, por siempre serán tuyas, como yo,
y no del enemigo.
Solo espero que me olvides pronto para no sentir mi ausencia.
Si no, sin cuerpo me llevarás en tu esperanza, como yo llevo en mi mente tu presencia.

domingo, 10 de noviembre de 2013

El espantapájaros

Cada día, al atardecer, tras escuchar el canto de la alondra, Jacob bajaba a los campos a recolectar los frutos que estuvieran lo suficientemente maduros.
Era un hombre viejo, envuelto en mil arrugas, su mirada siempre estaba surcada por mil sombras que nada tenían que ver con su sombrero, y por su cojera los niños del pueblo decían que había sido capitán pirata años atrás. Jacob no tenía amigos. No hablaba con nadie. Siempre estaba solo. 
Como cada tarde, no tardó más de media hora en cumplir su cometido, echar un vistazo al huerto y emprender el retorno a la pequeña choza que llamaba casa. 
Los demás agricultores le miraban de reojo cuando atravesaba por los campos, terminada su faena, mientras ellos se tenían que esmerar en colocar sus espantapájaros. Y es que las aves jamás habían atacado la huerta de Jacob, pero se habían cebado con las plantaciones del resto del pueblo. 
Los más viejos decían que tenía un pacto con los cuervos para que cuidaran de noche sus tierras, y que durante el día era un águila quien sobrevolaba la cosecha para que ningún animal osara comerla. ¿Por qué se comportaban los animales de aquella manera? Las teorías acerca del pacto eran muchas, pero nadie osaba hablar de ellas delante del viejo pirata, por temor a que esa cara cicatrizada les mirara siquiera. 
Fuera como fuera, aquel año los pájaros estaban más violentos que nunca con las huertas. Algunos de los más charlatanes y envidiosos juraban haber visto a los cuervos guiando a las aves hacia las tierras donde podrían comer, todas aquellas donde pareciera haber aún un hombre trabajando, allí las dejaban dar rienda suelta a su apetito entre escalofriantes graznidos, que decían, eran casi como auténticas risas humanas, astutas y malvadas. 
Cada día que pasaba, al paso de Jacob más se oían rechinar los dientes de los demás trabajadores de pura rabia, mientras trabajaban en sus espantapájaros, haciéndolos cada vez más más realistas. 
La imaginación de los hombres se acrecentaba cada noche en la taberna, tal era su ira contra el viejo pirata que nunca perdía una sola pieza de la cosecha. 
Y así fue como por fin, una noche de luna llena, ocurrió la tragedia. Borrachos de envidia, cegados como fieras por la sed de venganza, inventaron la historia que les transformaría en bestias. 
"Es un maldito pirata. Sus hombres, hartos de él, le abandonaron en un bote en el mar, y tras tres meses sin comer, prometió su alma al mismo diablo para no morir. El mismo demonio vela por él para que jamás vuelva a pasar hambre, hasta el día en que muera y cumpla su promesa". 
Viendo en esta versión la escusa perfecta, dejaron que el pánico invadiera a mujeres y niños y se decidió, con la única intención de proteger la aldea, que aquella sería la única noche de Jacob en la tierra. 
Lo sacaron de su choza y le llevaron a su propia huerta. Allí le cortaron las piernas, lo vistieron con chaqueta y sombrero, y lo crucificaron mientras chillaba pidiendo clemencia. Le cortaron la lengua y le dejaron morir.
A la mañana siguiente, nadie en el pueblo parecía recordar lo que había ocurrido. Jamás nadie volvió a mencionar a Jacob. Todos quitaron orgullosos sus espantapájaros, pero nadie quitó aquel que parecía mirarlo todo, realista y espeluznante, desde las tierras del viejo lobo de mar.


Creyeron haber vencido, pues una alondra empezó a posarse todas las tardes en el brazo del cadáver a cantar. Pero nada más lejos de la realidad. Los pájaros tuvieron aún menos problemas para evitar las tierras que no debían comer, gobernadas por un único espantapájaros. Se dedicaron con violenta locura a devorar el resto, y pronto el pueblo se vio obligado a desaparecer, quedando por fin solo en aquellos campos todas las aves de reinas velando a su capitán. 

martes, 5 de noviembre de 2013

El intermedio

Nico dormía plácidamente. Coni le observaba sin atreverse a despertarle. "Qué lindo" pensaba. Como un inocente niño, tan frágil, tan tierno cuando descansa, que parece un crío. Pero Nico no es un ser tan entrañable cuando está despierto. "¿Qué soñará?" piensa Coni "para que duelan tanto sus ojos".
Lo abraza con intensidad y se acurruca en su pecho. Él ni se inmuta. "Nico, despierta" desea ella. Aún está amaneciendo y les queda tiempo para besarse, para quererse un poco más antes de que el sol haga arder las últimas sombras de la penumbra.
A Coni le encanta esa caliente y somnolienta penumbra. El intermedio del tiempo, cuando todo está parado en el silencio, cuando hasta el aire se vuelve pesado y cada segundo quiere pasar más despacio hasta hacerse eterno.
Parpadea con dificultad, sus pestañas le hacen cosquillas a la piel de Nico. El calor del cuerpo del chico hace que le entre un gran sopor. Se rinde poco a poco al sueño mientras escucha los latidos de su corazón. Tiene un corazón intenso, fuerte, batallador. El pulso es alto y rápido, firme y seguro. Pero no tiene ninguna prisa. Como el propio Nico.
Pum, pum... Y pestañea otra vez, y le sale un bostezo de leoncillo. Coni sonríe pensando cómo le gusta a  Nico ver esos gestos. Porque le entran ganas de abrazarla, de protegerla, porque la mira como a una niña pequeña. Por fin se queda dormida. Y llega el día. Se alza el sol. Y pasa el día. Sale la señora luna.
Y se va terminando la noche, pero ninguno de los dos despierta.