miércoles, 20 de noviembre de 2013

Requiem

Mi estrella necesitaba aire artificial para respirar
y yo humo en mis pulmones para soportar verla así.
Ni una arruga osó acercarse a su joven cara vieja.
Sus plantas crecen donde antes estaba ella.
La aurora de los pétalos no es aurora,
son lágrimas de quien la sabe lejos porque la ha oído marchar.
La polvorienta soledad se cierne en un mausoleo,
llena de recuerdos y disgustos, de voces  y de canciones
de siete infancias despiertas. 
Siete hijos como siete astros deja tras de sí mi abuela.
Once nietos nacidos y de camino que no podrán conocerla.
Mi dolor, el dolor la lleva.
Podría decir que la encierro en mi corazón,
pero sería como cortar las alas de un ángel,
a un ángel que ya vuela más allá de la Tierra.
Más bien la dejo a usted abierta.
Mi dolor, el dolor se calla, se guarda.
No hay disgustos donde va, ellos se quedan.
Mi corta edad daría porque volviera.
No hay grito desgarrador que surque el viento
más fuerte que el silencio de sus labios
más triste que la oscuridad de sus ojos
más alto que su voz susurrando a mi lado...
quedándose dolorida de la quietud que la ata, y que la aprieta.
No hay inteligencia en las palabras
que puedan transmitir la suya, abuela. 
Mi dolor, el dolor de perderla.
Y encontrar las praderas y las huertas bajo un sol que no calienta.
Los caminos y regatos mustios si no siento su presencia.
Un nuevo ambiente, una nueva era,
todo nuevo ante una nueva experiencia.
Si una hermandad no se halla,
pídele a Dios, ahora que estás tan cerca,
que sigan juntos y no se separen, abuela.
Mi dolor, el dolor de quien la busca.
El dolor de la noche cenicienta,
de la amarga pobreza, del interminable plato,
de las órdenes molestas que se pierden en su suelo,
por donde usted pisó, ya crece hierva.
Mi dolor, el dolor de quien la siente.
Huye, porque huye, no hay tiempo ni hora,
no hay más luz ni más limpio cristal
que su cara ante mi cara, que su beso de ternura
no hay mas olor ni fragancia 
que su perfume de abuela.
Mi dolor, el dolor llora, lamenta.
Siento negro, blanco, azul, el cielo.
Te arrancan de mi las olas del mar más grande,
guíame de nuevo si me pierdo en el camino, estrella,
guíame si no me encuentro, guíame su no te siento cerca.
Porque ahora eres eterna.
Mi dolor, el dolor no se apaga. 
Se ausencia.
Aguarda su regreso la llama de la tristeza.
Se cuida mi recuerdo de olvidarla,
y se cuida mi conciencia.
Mi dolor, el dolor se queja.
Incontenibles ríos se atragantan a sus puertas.
Y te arrastrarán con ellos cristalinas aguas
llenas, cargadas de pureza.
No habrá más dolor donde usted va,
el dolor, mi dolor, se queda.



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