Nico dormía plácidamente. Coni le observaba sin atreverse a despertarle. "Qué lindo" pensaba. Como un inocente niño, tan frágil, tan tierno cuando descansa, que parece un crío. Pero Nico no es un ser tan entrañable cuando está despierto. "¿Qué soñará?" piensa Coni "para que duelan tanto sus ojos".
Lo abraza con intensidad y se acurruca en su pecho. Él ni se inmuta. "Nico, despierta" desea ella. Aún está amaneciendo y les queda tiempo para besarse, para quererse un poco más antes de que el sol haga arder las últimas sombras de la penumbra.
A Coni le encanta esa caliente y somnolienta penumbra. El intermedio del tiempo, cuando todo está parado en el silencio, cuando hasta el aire se vuelve pesado y cada segundo quiere pasar más despacio hasta hacerse eterno.
Parpadea con dificultad, sus pestañas le hacen cosquillas a la piel de Nico. El calor del cuerpo del chico hace que le entre un gran sopor. Se rinde poco a poco al sueño mientras escucha los latidos de su corazón. Tiene un corazón intenso, fuerte, batallador. El pulso es alto y rápido, firme y seguro. Pero no tiene ninguna prisa. Como el propio Nico.
Pum, pum... Y pestañea otra vez, y le sale un bostezo de leoncillo. Coni sonríe pensando cómo le gusta a Nico ver esos gestos. Porque le entran ganas de abrazarla, de protegerla, porque la mira como a una niña pequeña. Por fin se queda dormida. Y llega el día. Se alza el sol. Y pasa el día. Sale la señora luna.
Y se va terminando la noche, pero ninguno de los dos despierta.
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