martes, 10 de diciembre de 2013

El hombre es un lobo para el hombre

Estaba sentada sobre la nieve, con la nariz roja por el frío, y las pestañas casi blancas. 
Tenía el cuerpo tan  entumecido que parecía a punto de morir. Pero sin moverme. 
Con los ojos cerrados, casi helada, descansando del duro camino en mis sueños e imaginaciones. 
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Noté sus pisadas sobre la nieve, pero mi cuerpo se negó a moverse. Permanecí alerta mientras mi cerebro recuperaba la conciencia y volvía a la realidad. Los instintos se esforzaban en desperezarse.
Los pasos se acercaban cansados, era un anciano. Casi sentía su forzada respiración en mi oído cuando aún debían quedarle varios metros para siquiera percibir mi presencia. Suspiré. Tendría que alejarme de nuevo, antes de asustarle. Abrí los ojos y visualice los mejores lugares por los que retirarme. Estaba ya a punto de levantarme cuando olí su sangre. El viejo humano estaba herido.
No sé por qué razón, dejé que llegara hasta mi. Parecía saber exactamente el lugar donde encontrarme. 
- No te levantes por mi, querida, me sentaré a tu lado.- Me dijo. 
Y se agachó, apoyando la espalda en la corteza del árbol que tenía detrás, cuyas ramas impedían que la tormenta de nieve me enterrara. 
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- Sabía que estaba aquí. ¿Cómo?
Él me sonrió, pero no contestó a mi pregunta. Tenía la cara surcada de cicatrices muy feas, y millones de arrugas. Pero percibí en sus ojos una suprema inteligencia, que llegó incluso a darme miedo. No me aparté, sin embargo. 
Apartó la venda que cubría su brazo, y vi una gran herida abierta, una espesa sangre negra brotaba a borbotones de ella. 
- ¿Puedes limpiarla?- me pidió. 
Le observé fijamente, preguntándome si en serio me estaba pidiendo lo creía que me pedía. El estómago me rugió de hambre, apenas podía evitar sonreír, intentaba de verdad contenerme, no abalanzarme sobre su brazo. Asentí, muy despacio, y él me tendió su mustia y enferma extremidad. 
Cada sorbo era dolor, las venas de mi frente y de mi cuello se hinchaban pidiéndome morder, abandonarme al instinto. Pero no lo hice. Aún no entiendo por qué, pero no lo hice. Con lagrimas de rabia en los ojos enturbiando mi visión, me separé de su carne y me limpié los labios. 
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El hombre volvió a vendarse la herida limpia. En ningún momento había temblado un ápice. 
- Me dijeron que solo tú serías capaz de hacerlo.
La herida había sido tan horrible que pensé que aquel hombre había estado a punto de perder la vida. 
- ¿Quién le dijo eso?- logré sisear, aún escupiendo sangre.
Sonrió, se levantó y se alejó. Le seguí con la mirada. Cuando ya solo era una silueta en el horizonte, se giró de nuevo hacia mi, alzó la mano como despedida, y aulló. 



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