Dueño de la nada,
ni recoges, ni barres;
ni miras, ni tiras;
siempre tan cobarde.
Cuida mi cadáver,
recuerda mis ojos
al no despertarse.
Tú, que ahora vives
bebiendo mi sangre,
sangre de mis costras,
sangre de mi sangre.
Tú, aunque no lo sabes,
respiras suspiros
que dejo en el aire.
A ti, dios del alquitrán;
hermano de Hades,
hijo de Don Juan,
y diente de sable
que en el Tártaro ardes,
en la postrera puerta
ofrezco mis despojos.
Son todo y nada míos,
son nada y tuyos todos.
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